martes, 30 de junio de 2020

Corcho sintético rojo

Extraño la rebelión de tus manos y
la resistencia de mi espalda,
mis dedos ágiles como un colibrí
entre tu camisa y tu piel,
la escalera de tus costillas
hasta el cuello débil y dulce,
donde morder,
tu respiración lenta,
el ácido de mis palabras al madrugar,
el extintor de tus caricias sobre la cascada de mi pelo,
tu almohada
Extraño el corcho roto de la botella de cava
que nunca abrimos y quedo
olvidada en algún lugar.
Extraño los envoltorios rojos de los bombones
que nunca me comeré de entre tus labios.

Extraño lo que nunca pasó y lo que nunca fuimos.

miércoles, 13 de marzo de 2019

Ocho

El número favorito de mi amigo Miki es el ocho. Lo lleva a todas partes  colgado al cuello y colecciona bolas de billar. Ocho, negro, final de partida. Cuélala en esa esquina y se acabó, ganaste. Cuélala en esta y el acabado serás tú.

La primera vez que me fijé estaba segura de que coleccionaba infinitos, lo inconquistable. Y me lo imaginaba desde pequeño garabateando la forma en cada página de sus libros.
Después sospeché que eran un registro de derrotas que se prolongaban cada una en la siguiente. ¿Sería posible que el blanco sobre el negro fuese como el punto de luz al final de un túnel? ¿O un contrato con una fe que se estrangula pero decide no divorciarse?
Ocho horas que dormir.
Ocho días para recordar.
Ocho canciones que aprendí a temer.

Ahora, por lo que sea, quiero creer que son una colección de puntos y aparte.

martes, 4 de diciembre de 2018

Del pie que cojeas.

La teoría que más oigo estos días es la del obeso que sigue cebándose porque total qué más dará todo ya. Conciliemos, decis. Hagamos las paces. Dejemos el ataque a un lado, no seamos extremistas todos (?), entendámonos. También oigo que la culpa de que surjan extremistas de derecha (como si no llevasen aquí desde siempre) es de que haya feministas y gente de extrema izquierda (?) que les han dado publicidad con tanto atacarlos. Ya... cómo no. Aclaremos dos cosas:

Primero, la culpa de que haya extremistas es de los extremistas, los que lo sois es porque queréis y os han comido el tarro, no porque yo como feminista, por ejemplo, intente que haya más igualdad por distintos medios con mayor o menor eficacia.

Segundo, si yo intento sentarme a una mesa a dialogar con un fascista, si yo hago algo que no sea combatirlo, estoy validando lo que defiende como tolerable, como una postura ideológica aceptable en una sociedad moderna democrática. Le estoy diciendo que lícito sentarnos a debatir si todos los seres humanos merecemos los mismos derechos en todos los ámbitos. No sentarme con él no es ser extremista, llamarlo por lo que es no es ser extremista, querer acabar con los medios en los que la desigualdad se perpetúa no es extremista. No tolerar más a los intolerantes no es ser extremista, señores. Es proteger un Estado democrático, donde se conviva en tolerancia, de lo que la dinamita.

Muchas personas en todo el planeta estamos hartas de vivir en un nivel de indignación máximo y constante porque a la mayoría os la sude que no avancemos, que sigamos teniendo injusticias, o que destruyamos el planeta y hagamos sufrir un holocausto diario a varias especies. Y no nos importa pelear, y no nos importan las consecuencias. Que el 1% de la población mundial tenga el 75% de los recursos no solo es injusto, es insostenible, para la población y para el planeta. Ojalá lo entendiéseis, os concienciáseis para actuar en consecuencia y para dejar de miraros ombligo como unos repugnantes. Ojalá ese 1% no tuviese a tantos adeptos en tantos sitios para ser sus alfeñiques y sus voceros, sus defensores ignorantes, prostituídos a la causa de empobrecerlo todo y a todos en beneficio de sus amos. Y por una vez en mucho tiempo los que estamos de este lado no queremos ponernos límite, ni callarnos por miedo al enfrentamiento, por miedo a que empeore, por miedo a volver atrás. Acabe como acabe. Quedarnos en silencio nos convertiría en cómplices.

Antisistema nos llamáis, extrema izquierda... una piña gorda con gorrito de navidad para vosotros, ¡guapis! Los únicos que hacemos algo porque algún día exista un sistema sostenible, en el que podamos vivir todos, incluso aunque ese sistema fuese sucesor del capitalismo, somos los que seguimos peleando por reformarlo. Peleamos por una vida digna, por menos contaminación, por la igualdad de oportunidades de todo ser humano independientemente de cómo y dónde haya nacido, por los derechos de todas las criaturas de este planeta. Peleamos por algo más que por yo, por mí y por mis mecanismos mientras cambiamos el canal de la tele e insultamos a los catalanes, vaya.

Si apoyas de voto o palabra al racismo, el machismo, la desigualdad de oportunidades, el liberalismo que solo es liberal para dejar que se enriquezca el más rico pero luego lo rescata y es más que proteccionista con bancos, sociedades e industrias; si apoyas el conservadurismo moralista católico y la intolerancia brutal de considerarte más digno de algo que otros por causas no conseguidas si no adquiridas, entonces, eres un fascista.

Si votas a un partido racista que quiere cerrar fronteras para que los occidentales sigamos siendo menos pobres que otros porque es nuestro derecho de nacimiento: bienvenido a la realidad, eres racista. Y también cuando repites estereotipos que varias encuestas del INE niegan rotundamente.

Si apoyas a personas, partidos e instituciones que atacan al feminismo continuamente en todas sus formas, sin proponer medidas razonables para que haya una igualdad real entre ambos sexos, no solo eres machista, machistas un poco somos todos porque es lo que hemos mamado, pero eres un obstáculo para el feminismo y como tal te vamos a tratar.

Si apoyas a partidos reaccionarios que consideran que subir a 900 euros el salario mínimo era una locura y que creen, como el FMI que se deberían bajar los sueldos en España y abarator los despidos, pero que no hay que poner límite a cuánto debe cobrar un casero por un alquiler: enhorabuena, eres un miserable. Y un fascista.

Si te gustan mucho los toros porque es que es tradición y a ti tus tradiciones que no te las toquen métete las banderillas por el orto, fascista.

Si eres muy español y mucho español, muy blanco, muy macho y muy hetero, y consideras que por eso tienes más derecho a tus derechos que un subsahariano o un peruano, un homosexual, un musulmán, o un transexual, o cualquiera que se salga de tu esquema borderline de valores, lo siento por ti, porque eres nuestro enemigo. Vamos a por ti. Queremos, y tenemos que, erradicar algo que no puede tolerarse más en democracia porque la parasita: tus opiniones de mierda.

¿Y tú qué quieres?

miércoles, 30 de mayo de 2018

A propósito de decir te quiero.

Qué se hace cuando al no tener nada que dar,
buscas entre los escombros de baúles viejos
y no ves más que las ausencias,
los trozos que no están,
las siluetas de las cosas que fueron.
No hablo de corazones hechos de grieta y grito,
ni de emociones supurando por unos labios pálidos.
Hablo de todo lo que se ha apagado,
toda la tela que antes nos vestía
y que va perdiendo color en el armario.
Los te quiero sinceros que ahora son solo letras
¿por qué se perdieron?,
¿cómo los olvidé?
¿Encerramos lo que sentíamos en una jaula de oro?
¿Lo aturdimos hasta volverlo puré?
Le dimos descripciones, poemas y palabras,
información científica y música sedante,
rostros y brazos distintos,
lugares remotos y oscuros,
y entonces sí se quedó ciego, y sordo, y mudo.
No entiendo los que divulgan un "te quiero" tras de otro,
como simiente entre la paja,
y por la paja.
Te quiero como el eslogan de un anuncio de cocacola.
Te quiero para los ojos de este teatro que nos observa.
Te quiero de feria, entre el licor y a última hora.
No te quiero en silencio.
No te quiero en una sonrisa mal reprimida
No te quiero del que se anuda en la tripa
y se pulveriza sobre los huesos.
No te quiero del que cambia el ADN y la forma en la que miro por la ventana los domingos que no como contigo.
Te quiero amable mientras me convenga.
Palabras que no llegan ni para empezar a prender un hogar,
y no buscan compañía en los ojos de quien las recibe.
Ni un hogar en el que ponerse incómodo y aprender.
No me dejéis escritas sensiblerías,
olvidad mi soberbia,
prestaos oído atento.
Buscad entre las fotos un te quiero sincero,
delicado en los oídos y que retumbe en el esternón,
que no nos de alas,
si no un sitio donde aterrizarnos,
que nos diga sé, ve, haz,
y luego vuelve,
si puedes.
Que no nos diga canta ni nos cante,
que sea la canción en nosotros.
Sin celos, ni violencia.
En calma.
Como si toda pretensión e historia no importasen.
Como si todo se hubiese borrado por fin salvo su nombre.
Sólido, inabarcable.
Lleno de temores, pero sin cobardía.
Vulnerable.
Dulce.
Que no necesita pasear de boca en boca,
de mano en mano.
El te quiero que me gustaría poder decir,
y que no puedo.
El primer te quiero que me gustaría entonar, de nuevo,
y que no sé.
El último te quiero que diría
aunque no moviese ni un pelo.
Aquí, en mitad del caos de quien huye de un naufragio sin mirar atrás.

He rescatado Margarita

Es una margarita. Todo el mundo piensa que las margaritas son vulgares, flores inútiles que quedaron para los románticos viejos, las niñas tontas y los jardines abandonados. Yo, sin embargo, cuando la encontré, mecida por el aire que cruzaba el patio, como una pequeña ninfa que bailaba entre las hierbas, y luego dormitanba sobre la tierra, pensativa; sentí en un instante cómo me entregaba más de lo que podía esperar. Más que un sí, un no, un no lo sabemos.Sentí cómo me entregaba la inspiración para sentarme y volver a empezar aquella historia que tenía abandonada en el cajón.
La acogí con todo el amor que me permiten estas manos cansadas y rígidas que tengo. La saqué a bailar por la calle oscura y gris, hasta mi casa; y el sol empezó a colarse entre las nubes, discreto. Cuando llegábamos a mi portal iluminaba ya cada pétalo blanco y húmedo de la flor. Sonreí. Solo sonreí a medias. Su forma de cabecear entre mis dedos parecía pedirme que la quisiera, en paz, sin interés, con cautela. El tipo de amor que llevaba años sin ver. El tipo de amor que la mayoría no llega a entregar en su vida. Puede que debiera deshojarla como se suele hacer con las margaritas, preguntándole entre susurros si algún día tendré, si me querrá. Preferí acompañarla, darle los buenos días, cambiarle el agua, hasta que como todas las cosas, me abandonó.

martes, 1 de mayo de 2018

Contarte sin rima, ni ritmo, ni tiempo

Quiero contarte una historia de amor que no tenga rima, ni ritmo, ni tiempo; quiero contarte que no quiero más vida que tenerme a mí misma, tumbada aquí, contigo, un minuto en silencio.
Quiero ponerle cortinas a esta habitación siniestra, e iluminarla de risas por dentro; perderme en un parque junto a ti, y no regresar, no querer regresar, mientras dure el día.
Siempre he sido una criatura, y extraña, inhóspita, errante, insolente. Siempre al tenderle la mano al mundo me la he quemado, y ha llovido, pero aún sigue la piel humeándome.
Puedo poner la mira en un lugar lejano. Pero si estoy sola la miopía me gana la partida y no me muevo.
Puedo pensar en apenas mil formas de pedirte perdón o de estar ahí para ti. Lamento tener que ser esta y no otra, escuchar sin entender, preocuparme, no decir lo que siento en el fondo, no saber cuándo callarme.
No hay canciones para dedicar y rededicar,  ni más minutos de trailer para esta peli. No hay recuerdos en la manga, ni más lagunas mentales, o baches que remontarte.
Hay camino. Camino para cerrar las heridas con pétalos de una flor y miel en los párpados,. Hay aún días para retarlo todo, sentirnos cansados, no conseguirlo, dormir.

Quiero contarte una historia de amor que no tenga rima, ni ritmo, ni tiempo; quiero contarte una historia de amor que no tenga te quieros, ni lo sientos. Parece que no llego a ninguna parte, pero pertenezco a un lugar. Ahora que lo sé por fin importa. Siempre vaticinaremos tormentas como si fuesemos el hombre del tiempo. Ninguno lleva paraguas y nos hemos aficionado a que arrecie.
Nunca diré que es el fin de la historia, nunca serás más hermosa que ayer, nunca te regalaré suficientes flores, nunca tendremos un loft en Manhattan ni una casa de bruja del bosque. Chillo, escupo, te llamo hija de mil putas y después te beso. He acabado escribiendo en un rincón, ciega. Cuando coja el autobús, y vea tu rostro mirar por la ventana distraído, diré que es mi suerte, pero nunca que soy yo.

jueves, 19 de abril de 2018

Para Pedro Sorela

Este es el primer ejercicio que hice en periodismo para el profesor que más me marcó en toda aquella temporada. Tanto por esta clase en concreto, como por este año y las muchas conversaciones que nos siguieron uniendo cuando nos encontrábamos o yo iba a buscar su consejo. Aún recuerdo sus críticas oportunas y sus ánimos. Y aún recuerdo a la niña que escribió así:


Primera versión.

Nace un insecto en plena naturaleza, a nadie podría extrañarle, la mayoría no se fijaría en el asunto. Pero yo soy el animal que vaga salvaje, que es sin ayuda, que esta contento, que no conoce otra cosa. Corro libre y surco el mar. Cazo. Vivo en un agujero en el suelo, el mismo que pisáis. Soy libre para obrar como desee. Y os observo, viviendo en enormes cajas de zapatos con agujeros. Abrigados del frío, salvados del calor, llevando siempre la contraria al tiempo. No os comprendo. Podrían pasar mil años y desde mi pequeño observatorio seguiría sin entenderos. Destrozando el mundo, existiendo tan despreocupados y a la vez tan destructores. No podéis poneros de acuerdo ni discrepar. Dejáis el significado en casa. Y así os difumináis en la edad para que no podáis ser más que las extremidades fantasma, sin nombre, de un motor que se mueve para un bien común que no beneficia a nadie. Todos vuestros brazos forman el mundo, pero qué poco mundo abarcan vuestros brazos.


Segunda versión.

La vida de un bicho comienza en el mundo salvaje, no se alarma nadie hasta ahora. Aunque la mayor parte pasaría de largo el tema. Pero yo soy esa criatura que camina, que existe sin auxilio, y es feliz. Voy con prisa y navego. Mato a otros seres para comer. Estoy en una abertura en la tierra, la misma sobre la que andáis. No estoy sujeto para hacer y deshacer a mi antojo. Y os veo, habitando gigantescas construcciones de cementos con ventanas. Calentitos, o refrescados, contrariando siempre el ambiente. No os entiendo. Pasaría un milenio y desde mi puntito de vista no seria capaz de comprenderos. Destruyendo la Tierra, viviendo tan desentendidos y a la vez tan guerreros. No sois uno ni muchos. Olvidáis lo que representa en vuestro hogar. Y desaparecéis de ese modo en la historia para no ser más que unos brazos invisibles, innombrables de un mecanismo que funciona para un vosotros que no existe. Tanta mano unida a esta tierra y tan poca tierra entre las manos.